viernes, 10 de julio de 2009

“Cocktail de aparente banalidad”

Escribo esto a partir de un comentario en horas de oficina que me hizo darme cuenta de las diferencias abismales entre personas tan cercanas, de cómo una línea puede transformar la opinión de una persona y la gran confusión que tienen algunos entre lo que creen saber y lo que saben de alguien más.

En junio el peso del estrés escolar sobre los hombros había terminado y pese algunos pendientes o en su defecto un examen extraordinario que presentar, ya todos eran libres. Y digo eran, porque fui yo la que se puso el saco del más absurdo extraordinario jamás presentado en la historia. Aquella mañana una pequeña oficina con olor a hipocresía contenida, se burló de mi mientras contestaba el examen en la computadora de mi profesor. Desde la secundaria no presentaba un examen de esos, pero en aquel entonces si parecía importante. Ahora los número han perdido autoridad.

Para entender lo que pasa en la vida y el sentir de alguien es preciso estar ahí. Es sencillo hacer especulaciones o incluso creer que se sabe que trae a cuestas el otro sin haber preguntado antes, en eso del sentir no se asume. Y bueno para esclarecer dudas acerca de lo banal de mis acciones, basta con decir que ha habido concentrados en pocos meses más fracasos que éxitos, ya hasta ahora los aires de verano han venido a acomodar las cosas un poco. En efecto admito que de excesos y buenos ratos en lo que va del año podemos contabilizar una grosera cantidad, contrapuesto con una estúpida cantidad de trabajo, de ideas inacabadas y discusiones del yo y con los otros.

Para algunos su camino siempre ha sido rocoso o con altos niveles de turbulencia. Falta de dinero, de presencias u oportunidades; soy conciente que esto es el pan de cada día tras la puerta de miles de familias. Sin embargo a la óptica de los que ven las cosas de la media para arriba, las diferencias, por mínimas que sean les vicia la opinión creyendo que aquel que no ha tenido que pasar por estos baches, no saben nada y los creen carentes de criterio para valorar lo bueno de lo malo, porque bajo su techo ,si no duele no es verdad.

No suelo dar las gracias a los cuatro vientos a ninguna figura religiosa por ninguna razón, pero tengo la necesidad de agradecer haber nacido donde nací y que en ocasiones me hayan sobrado cosas. Como cuando de niño te trepas a un árbol para ver como es desde arriba, así en mi lugar se que un café en lunes y clases de salsa en jueves sin razón alguna, más que el gusto de hacerlo, no son equiparables a decir que he mal gastado mi tiempo por hacer algo por puro placer.

Decía que estos últimos meses han sido un marcado cambio personal y los son; por estas fechas hace un año extrañaba mi smog chilango y el olor a sistema gringo se me metía en las venas- mismo que aún no sale- esos meses y cada cosa que pasó todavía la siento. Acabé el año en un estado civil y comencé el nuevo con otro, con el pasar de los meses pasé de ser estudiante a ser periodista en forma, con publicaciones semanales y cuatro horas en horario de oficina – detalle que sinceramente no me gusta-, de la nada se accionó el botón del altruismo en mi y en marzo tomé un martillo por primera vez en mi vida- si es cierto y me espanta lo ridículo del hecho- y me fui a construir casas para los necesitados, he planeado viajes relámpago a la playa y conocido rutas de camión que te llevan hasta satélite en medio de la noche y con tacones. Para algunos podrá sonar a cocktail de banalidad que recuerde estos detalles de los últimos meses y peor aún que construyan con su importancia mucho de lo que escribo, hablo y transmito.

Sin embargo mi balance para mediados de año y con un tabique más en la cronología, se lee con más orden y jerarquía que hace meses. Previo al trabajo, a las nuevas personas, a los que se fueron para siempre y a nuevos razgos personales puedo decir que mi lista de cosas simples es el mejor hábito que he adquirido y no carece de importancia por el hecho de no darse sobre un escritorio o en una sala de juntas. Sino en un café hoy por la mañana entre seis viejas, mucho chisme ajeno y un cafecito bien cargado.


Cuesta muchas noches decidir que es lo que en un momento específico es mejor para uno, pero he aprendido que el disfrute e lo simple es el generador del resto. Mencionaba al principio que hoy mentí por un rato de escape. Como niña de cinco años maquilé anoche la excusa en mi cabeza como si tuviera que fingir enfermedad para no ir a clases y quedarme el día jugar en casa. Con esa inocencia infantil me tomé un arbitrario descanso de la rutina hoy por la mañana. Lo hice y no me da culpa decir que cambié mis horas de oficina por echar el chal y arreglar el mundo a la mesa de un desayuno.

Para los que se quejan de estas libertades auto otorgadas les recomiendo que lo hagan, que si quieren opinar sobre la vida de alguien primero pregunten y no asuman en los sentimientos. A partir de este constante reacomodo interno, físico y emocional he aprendido a tomarme la diversión como cosa seria y a estar de los cercanos más cerca que siempre para no creer que se algo cuando no es así. Al final los detalles valen más que el cheque de la quincena. Forman criterios y mentes funcionales que aderezan la visión del día a día. Hoy me tomé mis horas de mentira piadosa y mañana regreso a la rutina habitual, más simple que ayer, más inteligente, concentrada y relajada.

Dejemos que la vida siga dando vueltas mientras disfrutamos que al final lo bailado nadie te lo quita.

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