domingo, 29 de mayo de 2011

VIERNES

En una caótica ciudad la idea del equilibrio se torna un tanto utópica; los extremos parecen ser complementarios.

“Te prometo que nos vemos el viernes”, dijo y la escucha creyó sin titubeos.

Llegó y abrió la puerta de madera con pasmosa calma como retenida por un aire casi lechoso. Soltó la flor que sostenía su cabello y sacudió sus rizos como queriendo revolver de golpe las ideas dentro de su cabeza. Ideas, que aunadas al inevitable sopor que trae consigo la cercanía del lunes, le hacían querer con más ansia que acabara la semana; que llegara el viernes.

La vibrante vida citadina la había aburrido; bien dicen por ahí que hasta la belleza cansa y la fastuosidad…también. Tanto neón tintineante la habían hecho perder el foco de las luces sencillas, de los helados y las tardes en casa, de un gol cantado a todo pulmón y de una plática sin tiempo.

Los grandes reflectores funcionan igual que los planes en martes: a cierta hora se acaban y es casi imposible que salgan bien más de una vez; sin embargo, los viernes son velas constantes, siempre se esperan con ansia recurrente y no fallan.

De lunes a jueves escuchó la promesa en su cabeza. La repetía para reafirmarla y convencerse de seguir creyendo en el viernes; había razones suficientes para hacerlo; sin embargo, le quedaban dudas…circunstanciales talvez, y por eso peores, ya que no dependían de ella. Era preciso confiar para lograr un equilibrio entre ambos extremos.

Confió en el significado del viernes, en su constancia, en su naturalidad. Creyó en el significado de ese día, en el valor de esperar algo durante 6 mañanas con sus tardes; en la sonrisa de una promesa cumplida.

Puso de nuevo la flor en su cabeza para retener las ideas que la habían hecho mantenerse firme en su pensamiento de lunes a jueves, sonrío sin darse cuenta y salió a vivir su viernes, sin importar si a la gente que la rodeaba le gustara más el jueves o incluso si los domingos parecían más atractivos en ocasiones.

Antes de salir se topó con la contraportada de un libro viejo: “A su alrededor, los demás, el jodido mundo que es como una isla desierta cuando no hay un maldito viernes que te cuente un cuento”, decretó Almudena Grandés en 1991; y quiso más ese cuento, quiso más ese viernes.

Logró llegar y terminar la espera con las ideas revueltas y el corazón latiendo con esperanza inamovible. Al verlo no existieron más días ni plazos. Valió la pena esperar a que llegara un viernes.

GCHA/@gaVsavilech

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