miércoles, 23 de febrero de 2011

Una bala

Con un rápido parpadeo obturan la luz, abiertos se mantienen y lentamente se dilatan como mancha de tinta en el contorno circular, para enfocar la escena que yace inerte delante de ella.

Parece ecuánime y soberbio con una mirada distante, ambas manos metidas en las bolsas del saco desgastado, con la indiferencia de un ateo que se niega a persignarse al pisar una iglesia. Entre los labios porta elegante un cigarro largo y a medio consumir.

Él la oye sin escuchar, la ve sin observar, al tiempo que ella le mienta la madre con susurros gentiles y casi imperceptibles.

Las palabras se aglomeran como balas en el estómago, que hacen que se le retuerza la entraña con verlo: el vivo retrato de su ira, de lo que fue desenfrenada lujuria que fue capaz de consumir con tal gula, que ni la más soberbia diva hubiese despreciado. Pero así como llegó estaba a punto de irse, bastaba, que ella se atreviera a matarlo con esa bala que, de tan potente, no logra articular para sacarla de su boca.

Para la torre de blanca tez el consumo del cigarro en su boca marcó el tiempo destinado para el veredicto.

- ¿Te quedas o te vas?

Obtura sin cesar para disimular la cascada que busca salir por una barrera de pestañas, la voz no le alcanza para articular la grandilocuencia de su iracundo discurso preparado, y sólo espeta gemidos que contienen el llanto.
Se estira para tomar su mano y convencerlo por última vez de seguir loco, lo piensa…repiensa.

Da un paso atrás y finalmente logra enfocarlo en su totalidad. Sí, es inerte y sin sentido, ambiguo y desteñido; tanto exceso en el encuadre parece provocarle un bodegón nauseabundo y finalmente entiende que, en la totalidad panorámica, su blanco no contrasta bien con su negro.

Él se arranca la bachicha desde la comisura del labio y la arroja al suelo con el desdén con el que fue capaz de tirar años de sonrisas y mágicos encontronazos corpóreos; su actitud es la tan esperada salvación de ella que sólo llegó con el tiempo y una muestra del negativo en su más primitiva expresión: el cinismo de aquel.

Escupió la bala con un adiós escrito.

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