domingo, 30 de enero de 2011

Souvenirs

Uno de los efectos secundarios de limpiar el cuarto es darse cuenta del cúmulo de souvenirs que habita en los cajones, el clóset, las repisas y demás compartimentos hechos para arrinconar cosas.

Así pues, sobre mi cama había: llaveros, camisetas, tazas, encendedores, tequileros y otros objetos multicolor y multiforma– no siempre de buen gusto- que me recordaban lugares, museos, aviones perdidos y algunos tours un tanto más caros o dicho de otro modo: relaciones nacidas en tierras ajenas. Esos “recuerditos” por los que sí se paga exceso de equipaje.

La idea de deshacerme de cosas era ahuyentar a los fantasmas que acompañan estos recuerditos, mismos que últimamente se le han aparecido a algunos viajeros conocidos- debe ser época- lo cierto es que al momento de toparse con estos souvenirs después de muchos años, por primera vez, te tomas la molestia de leer con atención las letras chiquitas. Revisas con atención todos los lados de aquella obra de arte plastificada y te das cuenta que tratar de mantener una relación a distancia fue tan falso como una artesanía MADE IN CHINA.

La camiseta de “I LOVE NY” que se destiñe a la primera, el llavero réplica de la Torre Eiffel que no sobrevivió al trato del valet parking o la taza que se rompió a la primera lavada con jabón zote. Así, cual jarrito de Tlaquepaque es la relación con extranjeros; que llega por las mismas razones por las que llega un souvenir: por impulso, por compromiso o por quemar toda la energía/dinero que traías dispuesto para el viaje.

Pocas relaciones – aunque no es imposible- de estas logran salir airosos al malinchismo vacacional. Pero mientras llenaba el par de bolsas negras con papelitos, mapitas y boletos de cine me di cuenta que todo esto que compramos en tienditas de 2 x 5 no representa ,ni un poco, de lo mucho o poco que le haya pasado al viajero durante su estancia en “fairy land”.

Ya sea a distancia o en colonias vecinas, los mejores souvenirs no son los más brillantes, ni los que tengan más colorcitos y que además te canten cada vez que los mueves sino los que decides que valieron tanto la pena como para llevarlos puestos.

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