sábado, 27 de noviembre de 2010

Contraindicaciones del deseo extremo

Laminado, ligero y con las orillas mal cortadas, lo sostiene en la mano; sus ojos confirman los datos impacientes: costo:500 pesos, acceso: general, fecha:26 de noviembre, la banda...

Piensa en doblarlo por la mitad- la cartera le queda corta- pero se niega. Lo mete en la bolsa trasera del pantalón, apenas ajusta el tamaño. Emprende la huida.

Un arroyo de luces embravecidas iluminan la noche; no se le ve fin al estacionamiento y el tiempo apremia. 1 hora. Mentalmente mapea colores en dirección al norte de la ciudad, camina apresurada 5 cuadras al sur, dobla a la derecha y baja, baja...baja. 45 minutos.

Intermitentemente revisa el reloj en su muñeca derecha, mientras tararea estribillos ácidos y otros melosos, el naranja acentúa el ritmo de las guitarras en sus oídos. Frena y sigue, frena...respira hondo. 30 minutos.

Se compacta el interior del vagón, disminuye el aire, se acelera la respiración y se alebrestan las ganas de salir de llegar. Con fuerza se empuja con los codos para salir friccionando su cuerpo contra los estorbos y jalando sus pertenencias entre manos curiosas. 15 minutos.

El aire helado la recibe de nuevo en el asfalto. Corre controlando la nerviosa sonrisa que le provoca la expectativa acumulada- antesala del éxtasis- causada por un pequeño cartón morado de burlón holograma, el acceso a recuerdos que sin existir la desvelan. 5 minutos.

La separa un torniquete y 3 personas en línea; mete la mano a la bolsa trasera para sacar el poderoso. Suda, palidece, flaquea.

Ansiosa se desdobla completa, de adentro hacia afuera, en su búsqueda. Camina, recuerda, se angustia.

El reloj marca ya las 9 y a lo lejos languidece un acorde.

gcha

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