domingo, 16 de octubre de 2011

Cuando la muerte rompe el tedio

La muerte de los consagrados a los grandes les hiere y a los chicos les confunde; a mí me entristece.

Desde que recuerdo haber tenido el primer contacto con personas letradas y con dote de palabra supe que quería admirar como ellos, saber como ellos y comprender de la misma manera.

A la muerte de un gran personaje, no me ha quedado más que el vacío tremendo, que viene de darse cuenta que formas parte de un cúmulo tedioso de mentes flácida y criterio blando, y eso, me entristece y me horroriza.

Me horroriza ser parte de una estadística cliché egresada de instituciones privadas con bandera de comunicólogos, alias todólogos, que sólo por venir de esas aulas y rankearse en primer lugar de las encuestas universitarias como carrera, ya tienen derecho a ocupar puestos que no merecen; me horroriza y entristece saber esta realidad; sin embargo, ese horror me hace darme cuenta que está en mí desmarcarme del cliché.

Darse cuenta de la pérdida de un consagrado me hace darme cuenta del tedio en el que se envuelve la mente atiriciada por la tecnología que la consume sin comprender su motor; la vaguedad con la que se habla de muertes y millones en la misma oración; la ligereza calificativa con la que describimos nuestro entorno sin sentirlo; la sentencia de las quejas vacuas de quienes hablan por que tienen boca, de los que opinan sin conocimiento de causa, y además bajo una firma y credencial que lo permite.

Me dedico al periodismo con la esperanza de que el curtir diario me avive la pasión, que el entrono y la gente me eduquen y jalen en mí en gatillo de la cuestión y que no se me adormezca el juicio; me dedico al periodismo para que las ideas me advengan como la corriente del mar hasta que me obligue a vencer el miedo a cuestionarlo todo.

Escribo con la esperanza de sentir a diario la efervescencia de la duda, esa piedrita que me haga preguntarme el por qué y no sólo el qué, el detalle, el verso y el anverso de las cosas.

Leo como esponja acompasada con respiraciones hondas que interioricen las ideas, una a una, para que después de un análisis de conciencia puedan fluir por mis dedos como chorros punzantes, entre hechos y verdades, amarrados, sustentados, yuxtapuestos.

Leer que ha muerto un consagrado, me entristece, pero no porque lo admirara tanto como aquellos que tuvieron la fortuna de pasar por sus ideas para forjar su educación, si no exactamente por lo contrario, porque no lo hice. Pude haber tomado más retos, pero nunca es tarde para comprender que al intelecto lo mueve la necesidad de aprender.

Talvez no estaba en el tiempo correcto, o simplemente lo entendí tarde, al despertar de el letargo privado, ese vacío ideológico que provoca no tener carencias, y al decir esto no quiero decirme mártir o que sea necesario el sufrimiento sacar algo bueno, lo agradezco; sin embargo, sé que me hizo falta rasparme un poco las rodillas para moldear un criterio más definido, en dónde reboten las palabras, y preguntar sea reflejo.

Es difícil quitarse la camisa para sentir el frío del entorno por gusto; darse cuenta que esa es la realidad y hay que caminar kilómetros para entender de que tratan los caminos, caerse y levantare, romper cosas y lidiar con triunfos y lutos para finalmente, algún día, escribir una idea con sentido.

Me dedico a esto porque se que no es fácil, que vale la pena hacer la lo que nadie hace, salirse del común y porque tengo la esperanza de aprender algo nuevo diariamente; bajo esa idea vivo y espero hacerlo por el tiempo que la vida me requiera de este lado de la trinchera.

Por momentos la inercia me hace olvidar este motivo, pero en tardes como esta, cuando lees la noticia de la pérdida de un consagrado de la pluma, es cuando recapacito y doy cuenta de la esencia del oficio y de la necesidad de no perderlo.

Quedan ya pocos y eso es lo que me entristece, que cada vez hay menos plumas que contagien el espíritu que lo que se debe y no de lo que se puede, y más, cuando la mayoría necesita inspiración para recordar que para que se muevan las cosas hay que provocarlas.

Tengo necesidad de abatir el tedio, de seguir aprendiendo.

GCHA